Es una de las voces más promisorias de la poesía chiclayana última. Ha obtenido el Primer puesto del “XI Concurso Regional de Poesía”, Juegos Florales Municipales - Chiclayo , 2009; Primer puesto Concurso Poesía Taiwán, 2010; Primer puesto VII Concurso Internacional Literario Conglomerado Cultural “José Eufemio Lora y Lora & Juan Carlos Onetti 2010; Tercer puesto en el I Concurso Internacional de Nano Literatura, Venezuela, 2010; Primera Mención Honrosa, Premio Nacional de Poesía Ciudad de Huamachuco, 2010; y Ganadora del Concurso Internacional de Poesía Latin Heritage Foundation, 2011.
Poema 0
Un ciego ronda por la calle blanca, por la noche sin espejo.
Espera toda la vida, ahora en la vida de otro,
su vida se le olvidó en la infancia.
Un espejo para esta noche en mi sangre.
O una sangre sin tanta noche.
Decir, la noche absurda, es restarle lo absurdo a la noche.
Unos tirantes amarillos en honor a los niños
que juegan a la ronda. Arrastran nubes hasta
el ojo del lenguaje materno.
Un ciego con su verbo Hombre,
camina con la camisa manchada
por su herida en el ser.
Tú, mi espejo. No sé a qué me escuchas.
No sé a quién escuchas en mí.
Qué sonidos y qué perfumes detrás del espejo.
Delante del espejo sólo hay moscas
y un pensionista que se resiste a matarlas,
aunque se muera de hambre.
Pero hay que morirse de hambre y no de hombre.
Sólo moscas que se convierten en plagas del ser.
¿Escuchas, mis desgarrados aleteos
entre mal paridas ansias?
Yo que me golpeo con todo el aire el corazón.
Y el alma, se queda allí, recibiendo limosnas del aire.
¡Suerte la de Cristo que resucita a los tres días, cada año!
Sin embargo, mis ojos dan la hora de esta ceguera
con suerte de pólvora mental.
Un ciego ronda por la calle blanca, por la noche sin espejo.
Espera toda la vida, ahora en la vida de otro,
su vida se le olvidó en la infancia.
Un espejo para esta noche en mi sangre.
O una sangre sin tanta noche.
Decir, la noche absurda, es restarle lo absurdo a la noche.
Unos tirantes amarillos en honor a los niños
que juegan a la ronda. Arrastran nubes hasta
el ojo del lenguaje materno.
Un ciego con su verbo Hombre,
camina con la camisa manchada
por su herida en el ser.
Tú, mi espejo. No sé a qué me escuchas.
No sé a quién escuchas en mí.
Qué sonidos y qué perfumes detrás del espejo.
Delante del espejo sólo hay moscas
y un pensionista que se resiste a matarlas,
aunque se muera de hambre.
Pero hay que morirse de hambre y no de hombre.
Sólo moscas que se convierten en plagas del ser.
¿Escuchas, mis desgarrados aleteos
entre mal paridas ansias?
Yo que me golpeo con todo el aire el corazón.
Y el alma, se queda allí, recibiendo limosnas del aire.
¡Suerte la de Cristo que resucita a los tres días, cada año!
Sin embargo, mis ojos dan la hora de esta ceguera
con suerte de pólvora mental.
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