Ricardo Ayllón nació en Chimbote el 4 de agosto de
1969. En poesía ha publicado los libros:
Almacén de invierno (1996), A la sombra de todos los espejos (2003)
y Un poco de aire en una impura
(2008). En narrativa, los volúmenes de crónicas y cuentos: Monólogos para Leonardo (2001), Baladas
del ornitorrinco (2005) e Imberbes
(2005). Obtuvo el Segundo Premio en los Juegos Florales Nacionales de Poesía de
la Municipalidad Provincial de Huaraz (1997) y el Primer Puesto en el III
Concurso de Narrativa Cuentatón de Lima (2003). Hizo la maestría de Literatura
Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
S/T
La poesía acabó con nosotros,
hombres de un país sin
más misterio que el silencio.
Las palabras se llenaron de
agujeros y reemplazaron
los nombres de la
soledad con bostezos
y ventanas destrozadas.
Dijimos tacto y la piel
se echó a reír a pedacitos bajo
la música tenue del vacío.
Nombramos a la aurora
y las cumbres cedieron ante
el pobre horizonte de la duda.
¿De qué manera increpar
al fantasma del silencio
hombres de un país sin
más misterio que el silencio.
Las palabras se llenaron de
agujeros y reemplazaron
los nombres de la
soledad con bostezos
y ventanas destrozadas.
Dijimos tacto y la piel
se echó a reír a pedacitos bajo
la música tenue del vacío.
Nombramos a la aurora
y las cumbres cedieron ante
el pobre horizonte de la duda.
¿De qué manera increpar
al fantasma del silencio
ahora que disloca
nuestra fiebre de escribir por la mañana?,
¿dónde está la voz que
anima cual un estallido
el amor de lo imposible?
¿Aún es probable la vida con
tanto adjetivo destrozado?
nuestra fiebre de escribir por la mañana?,
¿dónde está la voz que
anima cual un estallido
el amor de lo imposible?
¿Aún es probable la vida con
tanto adjetivo destrozado?
Pienso en el valle ajeno en el que
se extravían los poetas de mi patria.
Uno de ellos, postrado al pie del
acantilado de la muerte;
y otro, derrotado por falta
de muerte en la prematura vida
de su canto.
Ya no me asalta la
palabra por las noches,
la lluvia no corroe como antes
la desolación de mi vihuela.
He aquí el invierno,
redondo en la mano abierta de la espera.
Porque levantamos el
bosque de los lirios
y nos quedamos
con una estaca en la garganta,
la lengua se espinó con el
idioma de su sangre.
¿Quién nos dice ahora
para qué un paisaje de
alabastro si no es posible
cincelar el amor en el follaje?
Tengo treinta y siete años
y la risa de una hiena
organiza mis canciones.
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